NOVENA
ETAPA: ÚLTIMOS DÍAS EN PANAMÁ Y…
VUELTA A CASA
(Crónica del 27 de agosto de 2014)
Esta ya es mi última crónica del viaje. Como os estaba diciendo, estamos
a jueves 21 y os escribo desde el Moll de Albrook. Estos días, yo los denomino,
los días de la basura, pues no sirven para nada. Estás preocupado de que no te
pase nada, no te pongas enfermo, y este año en mi caso añadido de que no les
pase a mis hijos, la preocupación se multiplica por tres.
Por primera vez desde que estoy en
Panamá hubo una pequeña incidencia en el flamante METRO y estuvimos parados en
la vía, algo así como un cuarto de hora. Nadie protestó. Como José Carlos el
onubense, había venido desde El Valle de Antón a la capital para tratar de
arreglar el turbo del coche, que también se le había estropeado, quedamos y nos
fuimos a comer al lugar clásico de siempre: al Benidorm2 y pedimos también lo
clásico de siempre: corvina al ajillo y un par de Balboasa.
La ciudad y la estancia de 4 días
seguidos aquí me pesa. Ya quiero irme, aunque tampoco tengo una gran ilusión
como tenía antes por volver a casa. El sentirse "solo", es jodido.
Antes en los viajes, si quedaba con alguna chica para hablar o tomar una
cerveza, si no acudía a la cita, no le daba mayor importancia, si acudía bien.
Ahora es diferente, hoy dí 21 había quedado, además tenía necesidad de hablar y
expresar mis sentimientos, como la persona con quien he quedado, no ha podido aparecer
por motivos de trabajo, me hundo un rato. Por eso quiero irme y no formar
castillos en el aire. La tarde sigue lluviosa, lo cual no anima mucho. Bueno,
siempre me queda el recurso de La Staberna de la Sonrisa de J.R. Hoy cuando
llegué, me ofrecieron silla y me esperaban. Me siento cómodo en este lugar.
En casa, mis hijos ya habían hecho la maleta y la familia estaba triste,
porque nuestra partida era inmediata. El viernes 22, fue prácticamente, mi
último día en Panamá. Fui a Iberia a aclarar lo de los billetes, y me metió un
rollo, con la salida de los hijos, que en teoría como que casi no podían salir
conmigo. En casa lo leí más tranquilo y
todo lo que me contó como si fuera una prevención, resultó que se refería a
residentes en Panamá, fueran panameños o extranjeros residentes. Yo creo que
quien no se habían leído su propio papel eran ellos.
Me vine al mercado del marisco a comer ceviche y bueno, casi me enrollo
con la camarera porque al decirme ella sí mi amor, yo le respondí, sí mi
señora. Ella dijo que nunca le habían dicho un piropo o una frase tan bonita, y
casi quedamos. Como decía mi madre, al casi le falta el todo. O sea, nada, de
nada. Me fui al casco viejo, que está precioso, y mientras me tomaba una
caipiriña, me llamó Yomaira. Total, que muy encantado con la conversación, pero
luego todo quedó en agua de borrajas y me deprimí un poco, porque le había
echado mucha ilusión a estar los últimos días en Panamá con ella. Ya veremos
como acaba la historia. Solo os cuento que alquilé una habitación con dos camas
en el Acapulco y que pude dormir en una y en otra solo.
Al día siguiente, cuando ya me iba, fue sorprendente, la gran bronca que
había tenido, se fue disipando. Mientras salía del hotel Acapulco para ir a
casa el último día, y además un tanto" traumado", me ocurrió una cosa
curiosa y que en parte, me hizo reír y quitar el mal humor. En esa zona, hay
muchos hoteles de 24 horas, o de alquiler de cuartos por horas, para parejas.
Bueno, pues bien, en la calle había un señor "mayor", que había
estado con una negrita impresionante, y a la que no le subía la parte superior
del vestido, mientras que con las manos se sujetaba la parte delantera del
vestido, mientras el otro afanosamente trataba de arreglarle el desaguisado,
intentado subir la cremallera algo más arriba de la cinta del sujetador, que
visiblemente mostraba por la espalda. Yo estaba viendo toda esta jugada y los apuros
de ambos, sobretodo del señor, un poco chapuzas, y de la chica, por la
situación un tanto cómica en la calle. En eso que se le caen a la chica las
gafas y claro, ni ella se podía agachar a cogerlas, ni el señor a soltar la
cremallera. Yo me reía para mis adentros y gentilmente yo fui el que se agachó,
recogió las gafas y se las dio a la señorita mientras púdicamente con sus manos
evitaba que se le cayera la parte de arriba del vestido. Fue una situación
graciosa, y la chica también lo vio, así que me dio las gracias con una sonrisa
cómplice por el favor, mientras yo me alejaba camino del metro. Desde la
lontananza, pude ver como el tipo, no fue capaz de arreglar la cremallera, y
los dos desaparecieron por una calle transversa, no sin antes, esbozar yo una
sonrisa que me hacía falta.
Desgraciadamente, cuando llegué a
casa, Ekaitz estaba enfermo y..., nos íbamos esa misma tarde. Tenía fiebre y
dolor de cabeza. Mi suegra le había dado un medicamento, pero yo por si acaso
lo llevé al médico. La consulta estuvo muy bien, es privada, pero solo me cobraron
10 dólares por la visita, y luego otros 10 por una analítica de sangre, cuyos
resultados llegaron al cuarto de hora. Con todos estos datos y al ver que
estaba bien para viajar, subimos a casa más relajados.
Luego bajé a mi taberna cuyo
nombre es algo así como "las risas de JR", y me despedí del personal,
no sin tomarme antes dos cervezas Balboa, que serían las últimas de este viaje.
Ya les dije que según las circunstancias, volvería en el 2015 o no. La vida, no
la llevas tú, es ella la que te lleva.
A las diez aterrizábamos en el Adolfo Suárez, esto lo pongo con coña, es
el antiguo Barajas. No salimos del aeropuerto y a las tres de la tarde, cogimos
el vuelo para Pamplona. Todo bien. Esta vez nos estaban esperando la mejor
amiga de Maricruz, Mavi, y mi primo Toño. Las entrada a casa fue más dura. Era la
primera vez en mi vida que volvía y no había nadie en caso. El vacío de
Maricruz se me hizo muy grande, y los sentimientos de tristeza que no tuve
cuando el deceso, los tuve ahora al estar solo con mis hijos y con las maletas
sin saber que hacer o no creyéndome la situación en la que me encontraba. Al
día siguiente ya estaba mejor y pensando en el viaje del 2015.
Agur a todos. Daniel
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